
Me enamoré de un hombre-mariposa que desprendía brillo de sus alas; mis ojos no percibían más que su presencia. Un día, lepidóptero -por fin-, me llevó hasta un árbol, y al entrar por el hueco de su tronco, la oscuridad me penetraba; desde entonces, día y noche lo dejé batirse entre mis vuelos: Un aire tibio nos desanudó las alas..
Ahora soy tierra que lo habita y, una pequeña oruga le florece en las entrañas.
...la tierra que por la eternidad pisaré descalzo.
ResponderEliminarHola! Yo soy Diana ( justo como dice arriba) vivo en Cuetzalan y tú escribes muy bonito, es un gusto leerte :)
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